No he sido muy fanático de los
cantantes. Me gusta la música, y con ella un gran puñado de canciones, nunca álbumes
completos de un solo artista.
Tenía cinco años y fui a un
concierto. Fue, sin exagerar, el único concierto que he disfrutado hasta ahora.
Mi mamá trabajaba en Seguros Bolívar, lo recuerdo como si fuera ayer, y con los
compañeros de la oficina iban a ir al concierto comentado; era un concierto de
varios artistas, no tenía un cantante principal con teloneros y eso, sino que
era como de esos conciertos que hacen en la plaza de Bolívar de la Feria de
Manizales; canta uno un ratico, luego otro y otro y así.
En mi casa había un equipo de
sonido con todas las unidades, incluido el reproductor de LP, vivíamos en un
pequeño apartamento del barrio Villa Pilar de Manizales, el piso era de
baldosas color granate con betas blancas, era un piso que se enceraba y con
ello era liso, se dejaba bailar con facilidad. En ese tiempo ya existían los
CDs, era una cosa cara que todavía no se pirateaba. La revista Cromos sacaba
ediciones especiales con algo más que la revista, y mi papá tenía suscripción o
algo que llegó a hacer colección de CDs con música de varios artistas
reconocidos de su época. Boleros, salsa, son cubano, Rancheras, era buena
música. Había un disco de estos en especial que no sé en qué momento captó mi
atención, me aprendí todas las canciones allí contenidas y además me las
bailaba todas; daba conciertos de sábado por la tarde en la sala de mi casa.
Los muebles eran beige con rayas rosadas, buscaba el más cercano al equipo de
sonido y ponía el CD comentado. El Yerbero Moderno, Pa’ La Paloma, Burundanga,
Bajo la Luna, Sopita en Botella y otros títulos que se me escapan ahora. El
sentimiento era tal que me volví famoso en la familia, con mis tíos y primos,
para hacer presentaciones de esas canciones en las reuniones familiares.
Salsa, bolero y son cubano, todos
endulzados con azúcar, azúcar puro y cargado de revolución, tristeza y años de
mucha música. Azúcar que prometió salir al mundo a llenar los hogares latinos y
de otras latitudes, azúcar mencionado en cada canción, la frase que prendía a
la orquesta y al público, la frase de la negrita guarachera que amé tanto en
esas doce canciones.
El concierto era en la Plaza de
Toros de Manizales, mi mamá me compró una entrada e íbamos, como dije, con
compañeros de su trabajo: La Yulis, Nenita, Julio, María E y otros, sin duda. Me
acuerdo que llevaba puesto un jean oscuro y una camisa a cuadros azules y
blancos; mi mamá estaba pendiente de mí, estábamos en la arena, yo no alcanzaba
a ver el escenario pero sí escuchaba todo muy bien. Varios artistas pasaron
antes de salir mi artista favorita, canciones que no me importaban en lo
absoluto, sin quitarles mérito y el gusto de la otra cantidad de espectadores
que sí estaban ahí por ellos.
¡AZÚCAAAAAR! Y empezó todo. Esto
fue hace veinte años, poco recuerdo la noche, solo unos detalles antes
comentados, el vestido brillante de Celia (que la vi mientras me alzaron un
rato) y las miradas de la gente al verme bailar y cantar a grito herido las
canciones de Celia. Como dije empezando, es el único concierto que he disfrutado
a pesar de recordar tan poco, esperando que vengan unos más.
Hasta hoy solo hay una cantante
que ha logrado lo que Celia en un CD: cautivar mi entera atención y hacerme
aprender todas las canciones; Margarita Rosa de Francisco y su Bailarina. A ese
concierto iría encantado y me lo gozaría tanto o quizás más que el de hace dos
décadas.
Azúcar por los buenos momentos
vividos, los que faltan y los no tan buenos. Azúcar.
Me encanta leerte. Me encantaaaa esta historiaaa. Ojala puedas disfrutar muuuchos conciertos mas asi de intensamente. Te amo
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