El tiempo hace de las suyas y confabulado con
el destino, entrelaza caminos que llevan a un sinfín de vivencias. Un perfecto
“esto debe ser así” se repetía con cada altibajo.
Caminó, se perdió. Entró al bosque oscuro de
chamizos altos y pedregoso suelo; recorrió cada rincón en trayectos circulares
y viciosos que fueron opacando la verde mirada. Estaba sin luz.
Entre realidades y fantasías se construyeron
túneles destellantes que parecían salidas, corrió tan rápido como podía,
siempre llegando hasta casi alcanzarlos, eran espejismos. Se cansó de buscar en
los rincones, en las copas de los árboles, en muchas miradas, manos, sonrisas,
abrazos… en el horizonte. No podía dar cuenta de qué era lo que lo rodeaba y tampoco
sabía quién era. Confundió siempre las brisas con buenos vientos y se dejó
deslumbrar por la orilla, sin conocer aún la grandeza del mar.
Siguió su camino como se lo indicaron los que
saben, con las mismas costumbres, prejuicios, creencias y certezas. Los cambios
son los más difíciles de vivir, los que cachetean y hacen salir de la zona de
confort. Perdió la esperanza o, al menos, esta se opacó; creer en las cosas que
nunca había vivido le costaba, no había certezas. Entonces la vida impuso sus
condiciones, le mostró lo que significa conservar tradiciones y lo que
significa romperlas. Tomó riesgos.
Cambios, siempre, esos que te sacuden y te
hacen vivir. Se fue de casa. Empezó a vivir lejos de los que saben, sintiendo
en carne propia, errando, sufriendo, disfrutando, llorando y riendo. Sólo, como
se debe en toda ocasión en que se aprende a ser feliz. El arte, que lo acompañó
muy de cerquita un buen tiempo, dejó de estar; mientras estuvo fue de los
mejores compañeros que cualquier persona puede desear en cualquiera que sea su
materialización; ayudó siempre a sobrellevar los momentos cegados por excesivo
pasado, ansiedad de futuro y disperso presente, ayudó a encarnar otras vidas
con las cuales identificarse, sentirse miserable, afortunado, desdichado y
orgulloso. Le hizo entender y comprender un poco más de lo que es la vida.
Luego, sin arte, se vio obligado a encontrar otras formas de sentir, otras
formas de vivir, olvidando el pasado y el futuro, viviendo el hoy, confiando en
la ruta destinada que siempre es la mejor, recordando el “esto debe ser así”.
Encontró formas de seguir disfrutándose como cuando encarnaba otras vidas, fue
consciente al fin. Su alma, ese pequeño duendecillo que mantiene vivo, nunca se
había permitido amar, pues el cliché del desamor estaba más presente, viciado
por lo prejuicioso de las mentes conservadoras de su ciudad natal. Abrió otras
puertas. Las grandes ciudades ofrecen todo lo que las pequeñas, en
inconmensurables proporciones más un sinfín de nuevas opciones, hasta para el
amor, el mismo que su alma no vivió aún, el mismo enemigo de cliché
prejuicioso. Amor pasajero, mentiroso, erótico y real, aunque este último haya
sido el más escaso. Siguió buscando, como se lo habían dicho los que saben, pero
con la consciencia de su realidad. Disintió.
Se aventuró, creyó, se arriesgó más. Se cruzó
con diferentes universos que siempre tuvieron algo que ofrecer, si bien no lo
que él buscaba, siempre pudieron dejar algo que aprender, algo que agradecer,
algo por lo que sonreír. Todo siempre va sumando a lo que se puede llamar
experiencia, ese nombre estilizado de todo lo que nos arruga la cara a punta de
emociones.
Entonces llegó. Un primer encuentro cargado de
orgullo, ese que con el que no se le permite al otro percibir lo que se
piensa/siente. No se hablaron, sólo se miraron. –Horas, días, semanas. – Se
encontraron nuevamente. Una invitación de amistad en una red social. Aceptó.
Aceptó la invitación y se sintió halagado. Empezó el descubrimiento de un maravilloso
universo, encontró un considerable número de cosas para admirar, algo que no
había visto antes, empezaba entonces a conocer la grandeza del mar. Cosas en
común, emociones en común. Hablaron. Un par de veces con intención de hacerlo,
la última por error. No sabía lo que vendría, un vasto espacio oscuro a ser
explorado, pasos cargados de duda y la certeza de lo que se quería. Todo el
peso de experiencias pasadas vino a recordarle por qué había estado tan
cerrado, pero se dio cuenta que no era el único. Se vieron. Compartir gustos,
vivencias y actos, se volvió recurrente. Palabras cargadas de sinceridad se hicieron
luz y con ellas llegaron las certezas, el cliché amoroso se adueñó de la
atmósfera. Magia.
Un faro llegó para alumbrar el camino, navegan
sobre una barca que han venido construyendo, que cada vez tiene más forma y que
no los deja hundir. Se tienen el uno al otro y entre tanto, tienen certezas.
Certezas de que ya no tienen que hablar en singular, de que pueden conjugarse
en la primera persona del plural sin tener miedo, de que todo es cierto.
Saberse queridos ha sido el maravilloso regalo que reciben, descubrirse, poder
amarse.
Adelante está el largo camino y van de la mano.
Se viven y se reafirman mutuamente para decirse “Somos Luz”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario