Surgen entonces muchos porqués de
las cosas de la vida, todos ellos motivados por igual por nuestros anhelos, por
los caprichos que nos mueven y nos hacen sentir vulnerables y a la vez felices,
por todo lo que en alguna noche de insomnio estuvimos visualizando una y otra
vez, dándole sentido a la falta de sueño y a pedazos de nuestra vida. ¿Alguna
vez les ha pasado que han deseado algo con mucha fuerza y se les ha cumplido?
Bueno, eso me pasó y no sé si es mejor el después que el antes.
De muchas cosas se puede estar
seguro, como saber que cada cosa en desarrollo tiene su razón de ser, y creer
que la sincronización de los sucesos está premeditada, escrita o como se quiera
explicar que lo que va a pasar fue sentenciado por alguien o un algo superior;
hasta la vida misma puede ser ese algo, así se va pasando esta última haciendo
de las suyas, para bien o para mal, generando un sin número de vivencias
soportadas por quienes simplemente vivimos. Sumada a todo esto, viene
enganchada esa parte del cerebro, que en modo cliché es situada en el corazón y
que del mismo modo ha sido representada por elaborados corazones rotos;
sentimientos, sí, esos pequeños diablillos, si se les puede llamar así, que se
alimentan de lo que nos generan las vivencias y así entran a formar parte de un
todo que nos hace hasta llorar, un todo que, difícil de evitar, nos va
llevando por caminos que él escoge y considera pertinentes, ese todo que nos
sacude y cachetea hasta que se agote o simplemente ya no tenga de dónde
alimentarse.
Hay temores grandes, pequeños,
nuevos, antiguos, propios y ajenos, temores de esos que frenan en determinadas
situaciones y no dejan seguir un curso que puede ser hasta bueno y beneficioso,
esos que la vida y sus vivencias van incubando y que nos hacen perder autoridad
sobre nosotros mismos y hasta la confianza, esos que a muchos impiden darse a
otros, por querer tener la seguridad de “no perder”, como una zona de confort
para los sentimientos, pura tacañería, no más.
Pretendemos entender muchas cosas
y en la mayoría de los casos somos parte de la incógnita; nos arrastran
corrientes de lo convencional y también nos afecta la sociedad en que vivimos,
somos parte de un sistema e incluso en cosas del corazón nos dejamos
influenciar. No se quiere justificar nada, solo el cansancio frente a actitudes
de este tipo es el que motiva a reclamar lo que se considera propio, reclamar
todo lo que por mérito debería estar presente o simplemente por imaginarlo
perfecto para nuestras vidas y así hacerlo parte de la rutina, del diario
vivir, del disfrute a plenitud, del aquí y ahora que haga sonreír, de vivir y
compartir, compartirse, de amar.
La esperanza es lo que
queda flotando alrededor y de la cual aferrarse en busca de otras respuestas,
podemos, tal vez, ser parte de ellas y generadores de vivencias diferentes que
cambien el paradigma que nos atañe y nos permitan darnos más fácilmente, sin
prejuicios que tanto envenenan. ¿Por qué no disfrutarnos y construir algo que
aún no sabemos ni conocemos? No negarse al cambio y a lo nuevo puede tomarnos
por sorpresa y representar tantas cosas buenas que, sin ser nombradas, cada
quien puede imaginar y desear.
Los porqués me van a acompañar
hasta que quien debe resolverlos, lo haga; no hay afán, solo espero que, si
serán resueltos, lo sean en el escenario que reclamo y que todo nos sorprenda
sobremanera.
Hey Daniel. Qué bonito.
ResponderEliminarGracias, pura inspiración. :D
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