Es de costumbre el tratar a las
personas y con un simple apretón de manos o saludo de pico basta para aquello
de la cordialidad; la costumbre es algo que se adquiere con el tiempo y el
tiempo se vuelve amigo cuando estamos obligados a volver costumbre cosas sin querer, por aquello de ser cordiales. Mientras pasan cosas,
aconteceres, sucesos o como prefieran, es más la presión de la cordialidad la
que nos puede y bueno, por no perder la costumbre pues uno saluda a todo el
mundo, aparentando madurez ante todo (habiendo muy poca la verdad).
“No” es una palabra corta y
aparentemente insignificante, aunque de verdad implica la mayor cantidad del
peso de la frase que la incluye, negación de dos letras que cambia totalmente
un contexto y hasta la expresión y gesto. Siempre he sabido que cuando antecede
cualquier cosa ha de ser algo poco agradable para mí, por aquello de estar en
jaque mate con mi “Sí” (Rotundo y en breve acompañado de un ¡Yo quiero!). A
veces no hace falta pronunciarlo, unas pocas acciones pueden dibujarlo o preparar
terreno a punta de piropos y frases bonitas para mandarlo con toda y después de
todo; como cuando a uno lo rechazan de cierta forma y no les falta sino llamar
a la mamá a felicitarla por la belleza de hijo, adornos y más adornos
antecediéndolo.
A punta de esos Nos no
pronunciados fue que se empezó a construir; un muro que ya me impide mirar al
otro lado esta cimentado entre nosotros, parece que se hace más alto cada vez,
aunque hay veces que desprende pedazos o me ofrece una escalera para mirar
sobre él, al final el pedazo se reconstruye o la escalera desaparece y el golpe
es duro pero más soportable de los que me daba cuando se estaba construyendo y
no entendía por qué. Como cualquiera, tenía derecho a las dudas que surgieron, a
sentirme como me sentía, a expresar mi inconformidad así no fuese escuchada,
tenía derecho a callar; la construcción se intensificó cuando pretendí quedarme
del otro lado, no se permitió ningún tipo de objeción, solo así sería y tendría
que estar de este lado indagando los porqués y tratando de darles la mejor
respuesta; mi error fue insistir, lanzaba sogas de palabras que me permitieran
llegar al punto más alto, pretendía dar un paso y ya estar del otro lado,
enviaba señales de humo vía chat, pero lo único que recibía no era alentador,
el muro sería más alto; esto último lo comprobaba con la señal en vivo que,
casi nula, llegaba para informar lo estrictamente necesario, cordialidad y
costumbre de esas mencionadas anteriormente.
Lo bueno de las cosas impuestas,
en muchos casos, es tener que acostumbrarse a ellas y en definitiva terminar
aceptándolas, tanto que pasan desapercibidas. El muro está ahí pero ya dejé de
preocuparme tanto, aprendí a decorarlo cuando es necesario y a olvidarlo cuando
lo es también, ya me han dejado pasar al otro lado como por ir de paseo o de
intercambio, la condición es regresar lo antes posible; algún día puede ser
derribado, de alguna manera me ha enseñado ciertas cosas y aunque en un
principio rogaba porque su construcción no siguiera, aprendí a vivir con y sin
él; hay cosas que se volvieron costumbre.
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