miércoles, 25 de septiembre de 2013

El Tamal



Esta es una historia personal que me revelaron hace poco y quiero confiarla a quienes quieran leerla; por mi parte pido disculpas a sus protagonistas, mis padres,  si en algo puedo ofenderlos (que no creo).


Mi papá trabajaba en el Banco Cafetero, nos remontamos al mes de Diciembre del año 1989. Allí era Grabador, que eran, en ese tiempo (no sé si ahora lo hagan), los que recibían todos los movimientos de todas las oficinas en red del banco en la ciudad e ingresaban al sistema cada consignación, cheque y cuentas del día que acababa de finalizar; esos turnos eran como de doce horas, creo, de seis de la tarde a seis de la madrugada. No estoy seguro del día del doceavo mes, solo sé que era navidad, es decir, del dieciséis para arriba pero antes del veinticuatro, plenas novenas, mejor. Mi mamá en ese tiempo estaba estudiando Fonoaudiología en la Universidad y muy seguramente estaba en vacaciones. No sé qué motivo era el que celebraban además de la navidad, pero mi abuelita materna, Doña Ofelia, hizo tamales en la casa y como era costumbre se repartían a los familiares y vecinos en vísperas del nacimiento del niño Dios.


Era pues un día de estos en que mi papá debía cumplir su horario desde las seis de la tarde y como había tamales de sobra, mi quería abuelita le mandó uno con mi mamá, diciendo: “Vaya bendita llévele este tamal al pobre HH (mi papá) que ya casi se va a trabajar…” Así, sin más, mi mamá se fue a la casa (a la vuelta de la esquina) a llevarle el tamalito a mi papá. Pueden imaginarse muchas cosas y sin ser ni pizca de gráficos, comparen los meses que hay desde Diciembre de 1989 a Septiembre de 1990, con el proceso de gestación de un bebé, ¿Cuánto? Sí, nueve meses.  

Parecía un suceso no planeado, pues después de tres años, que era lo que tenía una de mis hermanas (la del medio, como dicen), quedó otra semillita con total intención de crecer, en mi mamá, y fue inesperado. Me cuentan que mi hermana mayor (de cinco años) gritaba por toda la carrera veintitrés: “¡Voy a tener un hermanito! ¡Voy a tener un hermanito!” cuando se lo contaron, mi madre solo intentaba hacer que hablara más bajo, mientras miraba a la gente apenada por el escándalo.


Crecí, completé los tres trimestres del proceso completo y había una fecha probable de parto para el diecisiete de Septiembre. Dieciocho, diecinueve, veinte… Nada, “El bebé no quiere nacer” decían, y se referían al bebé porque en ese tiempo las ecografías para saber si era niño o niña eran muy costosas o no sé qué, el caso es que no sabían qué era, solo lo esperaban. Día veinticinco, no nacía el bebé, podía morirse y además el embarazo engañaba por su tamaño, gemelos creían algunos. El Doctor no me acuerdo quién, en horas de la tarde, programa cesárea para el siguiente día a las siete de la mañana, que nazca el bebé o los bebés, pero que nazcan bien.

Siete de la mañana, veintiséis de Septiembre de 1990, la paciente estaba lista, sufrió dolores por inyecciones de no sé qué cosas y bueno, debía tener dormido medio cuerpo para el procedimiento. Siete y cuarenta, nació el bebé, uno solo, enorme, cuatro kilos cien gramos, ¡ocho libras pesaba! Pobre mamá. Un alemán, comentaban por todo el hospital y las visitas de extraños aumentaban cada vez (¿qué tenía pues que todos querían verlo?). Las hermanitas cuentan que el bebé les trajo un reloj a cada una, esas historias que les hacen creer a los niños para volver más mágico el nacimiento de un hermanito.


Un bebé bonito y ya está; comentar más del tema podría hacerles dudar de la veracidad de la historia, contada por mí; solo quería que conocieran hasta dónde llegó el tamal para el pobre HH que debía irse a trabajar.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Flamante


Un puñado de brisas empezaba a anunciarles ese nuevo momento, no lo esperaban, solo estaban observando cómo las cosas se iban sucediendo sin mucho pensar, con la costumbre de los días que pasan con pocas sorpresas, sería una noche diferente tan solo por el hecho de encontrarse; ya otras veces se habían visto pero faltos de ceremonias, eran dos desconocidos más que podían saludarse, muy cordiales ellos. Surgió entonces una excusa perfecta que les haría compartirse un rato y no vacilaron en conspirar con la afortunada forma de encontrarse, un propósito común los llevó a explorarse, a indagarse, a dejar de ser desconocidos, como las olas que van y vienen con infinitas formas de encontrarse...