lunes, 4 de junio de 2012

El muro.


 
Es de costumbre el tratar a las personas y con un simple apretón de manos o saludo de pico basta para aquello de la cordialidad; la costumbre es algo que se adquiere con el tiempo y el tiempo se vuelve amigo cuando estamos obligados a volver costumbre cosas sin querer, por aquello de ser cordiales. Mientras pasan cosas, aconteceres, sucesos o como prefieran, es más la presión de la cordialidad la que nos puede y bueno, por no perder la costumbre pues uno saluda a todo el mundo, aparentando madurez ante todo (habiendo muy poca la verdad).

“No” es una palabra corta y aparentemente insignificante, aunque de verdad implica la mayor cantidad del peso de la frase que la incluye, negación de dos letras que cambia totalmente un contexto y hasta la expresión y gesto. Siempre he sabido que cuando antecede cualquier cosa ha de ser algo poco agradable para mí, por aquello de estar en jaque mate con mi “Sí” (Rotundo y en breve acompañado de un ¡Yo quiero!). A veces no hace falta pronunciarlo, unas pocas acciones pueden dibujarlo o preparar terreno a punta de piropos y frases bonitas para mandarlo con toda y después de todo; como cuando a uno lo rechazan de cierta forma y no les falta sino llamar a la mamá a felicitarla por la belleza de hijo, adornos y más adornos antecediéndolo.
A punta de esos Nos no pronunciados fue que se empezó a construir; un muro que ya me impide mirar al otro lado esta cimentado entre nosotros, parece que se hace más alto cada vez, aunque hay veces que desprende pedazos o me ofrece una escalera para mirar sobre él, al final el pedazo se reconstruye o la escalera desaparece y el golpe es duro pero más soportable de los que me daba cuando se estaba construyendo y no entendía por qué. Como cualquiera, tenía derecho a las dudas que surgieron, a sentirme como me sentía, a expresar mi inconformidad así no fuese escuchada, tenía derecho a callar; la construcción se intensificó cuando pretendí quedarme del otro lado, no se permitió ningún tipo de objeción, solo así sería y tendría que estar de este lado indagando los porqués y tratando de darles la mejor respuesta; mi error fue insistir, lanzaba sogas de palabras que me permitieran llegar al punto más alto, pretendía dar un paso y ya estar del otro lado, enviaba señales de humo vía chat, pero lo único que recibía no era alentador, el muro sería más alto; esto último lo comprobaba con la señal en vivo que, casi nula, llegaba para informar lo estrictamente necesario, cordialidad y costumbre de esas mencionadas anteriormente.
Lo bueno de las cosas impuestas, en muchos casos, es tener que acostumbrarse a ellas y en definitiva terminar aceptándolas, tanto que pasan desapercibidas. El muro está ahí pero ya dejé de preocuparme tanto, aprendí a decorarlo cuando es necesario y a olvidarlo cuando lo es también, ya me han dejado pasar al otro lado como por ir de paseo o de intercambio, la condición es regresar lo antes posible; algún día puede ser derribado, de alguna manera me ha enseñado ciertas cosas y aunque en un principio rogaba porque su construcción no siguiera, aprendí a vivir con y sin él; hay cosas que se volvieron costumbre.