sábado, 18 de octubre de 2014

El Viaje.



Relatos de otras vidas.



Se fueron y con todo listo para cumplir su acometido, partieron dejando la ciudad en una noche de lluvia y frío; iban para lejos aunque el viaje se acortaría por privilegios como ir por aire; todas las comodidades que brinda la clase plebeya de los aviones y que la mayoría prefiere, si se compara con un bus por muy baño habiente que sea. Todos listos, llegaron a su destino con el cansancio del viaje por tierra hasta la ciudad donde no cierran el aeropuerto de noche y por el vuelo comentado; el hambre pudo más, estaban en una ciudad de las grandes en donde a las doce de la noche se puede encontrar cualquier tipo de comedero abierto, opciones varias para los más exigentes, y para los relajados, cualquier dos o tres presas de pollo con arepa frita; no iban a dormir con hambre, comieron. 
Al regresar al hotel se comentaron necesidades pequeñas que algunos tenían, se pidieron favores fáciles de cumplir y todos quedarían satisfechos; a Mateo le tocó colaborar para algo de aseo personal y teniendo de sobra no podía negarse. La entrega se hizo en su habitación, no duró más de un minuto y fue lo más de sencilla; tuvo que repetirse la acción por otra necesidad igual de fácil, para la misma persona. No son egoístas en esos casos. Ya la repetición de la pequeña visita había despertado una intriga descarada y se generó la duda de si podría ocurrir una tercera. Hacía calor, raro, en esa fría ciudad y hasta no resolver, de alguna manera esa duda, no se iba a dormir tranquilo. 
Mandó un mensaje de texto, alardeó de su generosidad y se puso a la orden por si alguna otra necesidad surgía. La respuesta dio pie a una pequeña conversación por texto. Ambas partes se pusieron a disposición del otro, iban a ayudarse. Después de varios mensajes, Mateo indicó que estaba en ropa interior. El mensaje de respuesta fue: Ya subo. 
En ese hotel cada uno tenía una habitación privada. Tres toques de puerta dispararon los nervios que causa tal excitación, abrió la puerta y las risas nerviosas de ambos confirmaron el gusto mutuo; Mateo cerró la puerta y, al momento, fue acorralado contra la pared, besos y más besos mientras se disipaban los nervios. Sobró la ropa que traía el visitante y estaban los dos en interiores. Juegos en la cama, de los que ya todos pueden figurarse; jadeos, miradas, palabras, seducción. Compartieron un buen rato hasta que el visitante reprimió su libido y decidió marcharse. Fueron unos pocos minutos, cargados de calor y juegos que no volverían a repetirse. Más besos se compartieron, como una pareja de recién enamorados que no quieren separarse. Se cerró la puerta y con ella se fue el anhelo que alguna vez y por mucho tiempo, Mateo tuvo de llegar a tales  estados con esa persona. 


La noche fue larga, sin sueño y con mucho calor. 
Al día siguiente, seguían siendo el mimso par de conocidos.